Bustrófedon

guillermoÉpoca actual, en un lugar de TijuanaSentado en mi escritorio, no hacía más que estar sentado, viendo una lámpara que tengo a un lado: qué bonita luz la de mi lámpara, pensé.  Detrás de ella, justo bajo la pantalla, una pila de libros cubierta por la luz de mi lámpara. Entre ellos, sin que me lo propusiera, vi un título en particular. Como la base de mi lámpara cubría la mitad del lomo de los libros, sólo se podía leer: stes tigres. Debajo de estas letras: mo Cabrera Infante. Bonito libro, pensé: ese libro le quedó bien. Luego pensé en uno de sus personajes: Bustrófedon. Raro el nombre. Ya antes, tres años atrás, cuando lo leí, había pensado lo mismo, que el nombre era raro.

Tres años atrás, en otro lugar de Tijuana: Leyendo Tres tristes tigres. Pensamiento recurrente durante la lectura: Buen libro. Me gusta. Bustrófedon…

 Cuatro meses antes de la época actual, en el mismo lugar que la primera vez: Sentado en el sofá leyendo algo sobre el proceso neuronal de la lectura y la escritura. Sucede que en Grecia (cuando los griegos de veras eran griegos) tenían un sistema de escritura llamada bustrófedon. Su peculiaridad consistía en que las líneas iban de un lado a otro: primero de izquierda a derecha; luego, cuando la hoja no daba más, había que bajar un renglón e irse en sentido contrario: a la izquierda. Le llamaban así porque imitaba la trayectoria del arado.

Época actual, Ensenada 15:00 horas: Un amigo de la infancia vino a visitarme desde muy lejos y hemos bebido serias cantidades de cerveza. Todavía falta el Valle de Guadalupe. Dios mío.

Barcelona, 2007: La editorial Seix Barral, por medio de su colección Booket, publica la primera edición de Tres Tristes Tigres. En la página 340 queda impresa la siguiente oración: “Me reí y la calle se abrió al Parque Maceo y la Beneficencia. Pero no a causa de mi risa”.

22 de abril de 1929, Gibara, Cuba: Nace un niño que luego, cuando aprendió a escribir, se dedicó a seguir haciéndolo.

Época actual, Tijuana: Detrás de una lámpara, una pila de libros. Dicha lámpara cubre los libros, sólo deja al descubierto la mitad de su lomo. A un costado de esta lámpara un hombre sentado en un escritorio sin hacer nada. La mirada del hombre, buscando en qué apoyarse, encuentra un título mutilado:

stes tigres

mo Cabrera Infante.

En algún lugar de Grecia Antigua (cuando los griegos de veras eran griegos): 

Página 278, Tres tristes tigres, Editorial Seix Barral: la Barcelona de España del año de Dios 2008: En un par versos, el autor se apoya en la grafía para hacer una metamorfosis lingüística. Se vale de dos términos homófonos cuya diferenciación semántica, debido al uso de una mayúscula y una minúscula, convierte (confunde, literariamente hablando) un pronombre con un sustantivo. Sin esta particularidad gráfica el aspecto fonético no revelaría más que una reiteración sin sentido. Esto prueba que la literatura, sobre todo en estos casos, está hecha para leerse. Todo lo que pueda ser contado sin cualidades morfológicas no es literatura. Sino otra cosa. Los versos antes citados se anotan así:

Ah, si este sólido Trosky

pudiera derretirse, fundirse

y luego convertirse en Rocío….

Perdón, en rocío.

Hay una interrogante que me perturba: en estos versos ¿la “confusión” y corrección entre un término y otro se le adjudica al poeta o al sujeto lírico? Y es que el sujeto lo dice, lo habla, por tanto la grafía es irrelevante. El poeta lo escribe. Hay que notar que quien dice estos versos es el personaje HAMLET (que en realidad es Stalin con peluca rubia). Por tanto, si escucháramos estos versos en el escenario, dado a que se trata de una homofonía, no habría diferencia fonética y, por ende, semántica. El espectador agudo, teatral y lingüísticamente hablando (de los que hay muy pocos), frunciría el seño y se haría mentalmente una pregunta indirecta, pregunta reservada sólo para cierto tipo de intelectos: Qué fue eso. Por otro lado, debido a que se trata de un personaje que habla en verso (lo cual es tan inorgánico en la vida real como la monogamia), el espectador casual agradece que el tiempo y las palabras sigan su curso para que todo acabe (el teatro en verso es para leerse, lo demás es necedad que nadie, ni los actores, agradecen). Por tanto, podemos concluir que el autor de estos versos hizo bien en escribir para un libro, y no para un escenario. Hay obras que se escriben para los libros y allí deben quedarse.

Época actual, Valle de Guadalupe: Manejo en silencio. Ni mi amigo ni yo hablamos. Cosa que aprovecho para atender mis pensamientos: Rulfo escribió un cuento que sólo apareció en revistas antes de que se publicara el “Llano en llamas”. Si no aparece en este libro es por dos razones: la primera, porque es un cuento que se desarrolla en un ámbito urbano, cosa que traicionaría los postulados del “Llano…”; la segunda porque es malo. Pero aquí lo relevante no es su calidad literaria, sino el título: “La vida no es muy seria en sus cosas”. Por su parte, Milan Kundera escribió una novela que llamó “La vida está en otra parte”. Concluyo que si metiera los dos títulos a una licuadora el resultado sería más o menos el siguiente: “La vida, dónde quiera que esté o cómo quiera que sea, es una patada en el culo”. Como me gustó el ejercicio, me puse a licuar otros títulos: “La metamorfosis” y “Alicia en el país de las maravillas”, por ejemplo. Incluso fui más lejos y metí tres títulos a la vez pero se me atravesó una botella de vino y no recuerdo bien el resultado. Era algo así: “En un lugar donde se hacen barcos una adultera busca el período que perdió”.

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